lunes, 7 de junio de 2010

Vivir

Era una mañana soleada de primavera tras varios días de lluvia intensa que habían anegado los campos. Él estaba a punto de despertar para comenzar la larga jornada. Últimamente todo había sido muy monótono, nada especial había ocurrido durante el crudo invierno, pero ese día para él iba a ser diferente al resto. Cuando fue a desayunar, le avisaron que la vaca preñada estaba dando a luz y él, sin apenas darle dos sorbos al café, marchó hacia el establo. Allí estaba la vaca sufriendo, pero de repente, contempló el milagro de la naturaleza, un precioso animal comenzó a salir del vientre de su madre.

Llevaba solo unos meses en el campo. Atrás había dejado su ajetreada vida en la gran ciudad, lo dejó todo y puso rumbo a la finca que años atrás había visitado. Le acogieron como a uno mas y poco a poco fue aprendiendo todos los secretos, aunque todavía le quedaba mucho por descubrir. La vida en el campo era distinta a su jornada laboral. Allí reinaba una paz infinita y una tranquilidad que muy pocos eran los afortunados en conocer. Solo se veía alterada cuando visitaban la finca grupos de aficionados o curiosos que querían conocer como viven los toros bravos en su hábitat natural.

Los días en la finca eran todos iguales, solamente se rompía la monotonía cuando al atardecer se reunían y compartían sus experiencias, jugaban a las cartas y bebían vino. Pero él era feliz. Ya de chiquillo asistía a los festejos taurinos del pueblo de la mano de su abuelo, más tarde asistió a la Plaza de Toros de su ciudad, comenzó a frecuentar los ambientes taurinos y se apuntó a una Peña Taurina.

La temporada no había hecho más que empezar y con ella la vorágine de festejos. Los toros debían estar preparados para ser embarcados en su último viaje y él colaboraba para que todo saliera bien. El se quedaba en la finca, no le gustaba asistir a las grandes ferias, aunque de vez en cuando acompañaba al ganadero a los pueblos cercanos. Pero esperaba con impaciencia las noticias que le llegaban de la ciudad.

Esa mañana estaba muy contento. Era la primera vez que había estado presente en un parto. Ver nacer a un toro era lo mas bonito que jamás había presenciado. Él pensó que lo cuidaría, que lo mimaría todos los días de su vida. Y así hizo. Todos las mañanas acudía a verlo, hablaba con él, le contaba como se sentía, si hacía sol o si llovía. Y el animal, le contestaba. Entabló una gran amistad con él. Si un día no podía ir a verlo porque estaba fuera, el animal se ponía triste, no comía, no corría por el campo. Pero cuando lo veía aparecer a lo lejos, brincaba de emoción.

Así transcurrieron cuatro años hasta que el ganadero pensó que ya había llegado su momento. Decidió llevarlo a una gran Plaza porque había visto en él grandes cualidades. La despedida fue muy triste, se pasó toda la noche llorando y el animal presintió que llegaba el final. Pero en el fondo de su corazón algo le decía que había vivido como un rey, que había sido muy bonito lo vivido junto a él, pero el momento del adiós había llegado y que ese era su destino.

Aquel día decidió asistir a la corrida, no podía perderse a su amigo en los últimos momentos, debía estar junto a él. Le tocaba ser lidiado en tercer lugar por uno de los toreros más jóvenes del escalafón que últimamente estaba triunfando en todas las Plazas. Él pensó que podía ser un final precioso, luchar contra uno de los mejores, aunque un sentimiento de nostalgia recorrió todo su cuerpo.

Sonó el clarín que anunciaba la salida del toro. Por la puerta de chiqueros apareció un flamante toro negro saltando alegremente. Los peones con su capote lo paraban porque tenía mucha fuerza y de repente apareció el matador. Con su capote hizo todo un alarde de su buen toreo, se lució con todos los pases que quiso porque el animal iba donde el torero le marcaba. Pronto surgió algo especial estre ellos. Cambió el tercio y salió el picador. El toro al ver al caballo acudió veloz a su encuentro y demostró toda la fuerza de la que era capaz. A continuación los pares de banderillas.

Se hizo el silencio en la Plaza. El toro se paró en medio del redondel mirando al tendido. Allí estaba su amigo y lo encontró. Fue andando hacia allí y se quedó unos segundos mirándole fijamente. Era la despedida, el animal lo presentía y su amigo lo sabía. Apenas le quedaban diez minutos de vida. En ese momento recordó el día que lo vio nacer, cuando lo alimentaba, cuando hablaba con él y una lágrima se derramó sobre su mejilla.

El torero cogió su muleta, brindó al público y comenzó su faena. Unos pases ligados y con mucho temple. Varias series y el animal cada vez estaba mas vivo. La gente aplaudía, la banda de música tocaba el pasodoble y el torero seguía toreando. El matador en el ruedo estaba a gusto, toreaba como nunca antes lo había hecho. Ya había trancurrido el tiempo reglamentario pero seguía toreando y el toro seguía mas vivo que nunca. Desde el tendido su amigo contemplaba la faena.

Comenzó a oirse un murmullo, la Plaza se paralizó y el Presidente sacó su pañuelo naranja. Le había perdonado la vida. Su amigo desde el tendido no cabía en si de felicidad, sus oraciones habían sido escuchadas. El toro nació para morir en una Plaza, pero fueron tantas sus ganas de vivir, que cambió su destino. Y sigue viviendo. Y él lo sigue mimando, y lo sigue cuidando, y le sigue hablando y siguen siendo amigos. Ahora ambos saben que solo la naturaleza los podrá separar.

4 comentarios:

  1. Como se tuviste contencioso con MALAKA TAURINA por lo dicho en contra de un torero, he encontrado esto, creo te puede interesar
    http://elesporton-bojilla.blogspot.com/

    ResponderEliminar
  2. Gracias Corrales. En realidad no tuve ningún contencioso. Simplemente dije que no me gustaba el estilo de cierto blog. Nada mas.

    ResponderEliminar
  3. En la familia eramos ganaderos de manso a carta cabal y de medio pelo en bravo; un día nos entró una partida (unas veinte) de añojas "entrepelaillas" de alguién que se las había comprado al Marqués de Villamarta, venían sin herrar; yo muchacho, particularmente era el encargado de su cuido, hasta San Miguel de aquél año, unos seis meses; las vendimos a un ganadero que empezaba por aquellos tiempos y que se vino a famoso por sus buenos entenderes. Pese a todo, no le iban las cosas bien en lo económico; y decidió vender una punta de vacas de lo mejorcito, las que nos fueron ofrecidas por unos marchantes de la comarca. Habian pasado tres años y preñadas de segundo parto; cuando llegamos a la finca, aquellas "entrepelaillas" mugiendo, relamiéndose y a un paso confiado, se acercaron hasta la cerca para dejarse acariciar por mis manos.
    Ves como me habias dejado "tocao". Tu relato me emocionó, puedes creertélo.
    Yuntero.

    ResponderEliminar
  4. Es difícil lograr emocionar a alguien con lo que escribo, Yuntero. Me alegro haberlo conseguido contigo. Sobretodo cuando todo aquello que escribí solo estaba en mi imaginación. Lo que realmente emociona son tus vivencias. Gracias por compartirlas aquí.
    Saludos

    ResponderEliminar