Esa Placita a la orilla del mar

Plaza de Toros de Vinaroz

Hace unos meses, cuando hablé de mis dos pasiones, los toros y la playa, dije que me hacía mucha ilusión ver la plaza de Toros de Vinaroz. Mucha gente me había hablado de ella. Y quería sentirlo por mi misma.

Pues ayer cumplí uno de mis sueños. Asistí a la corrida de toros que anualmente organiza esta bella ciudad del Bajo Maestrazgo.

La Plaza me encantó. Es pequeña, coqueta y familiar. Y además, cierto es, a la orillita del mar. Todo un placer.

Valió la pena los kilómetros, valió la pena el calor, valió la pena pagar una entrada excesivamente cara para los tiempos de crisis que vivimos.

Y es que ayer me volví a emocionar. Solo ver la Plaza, girar la vista y observar el puerto. Saludar a mi torero Vicente Barrera en el Patio de Cuadrillas. Comprobar que llevaba en su cuadrilla a Domingo Navarro. Vibrar con esos estatuarios, con esos naturales, con esos trincherazos. La vuelta al ruedo después de cortar una oreja, lanzarle mi sombrero y que me lo devolviera con un beso.

Y ayer hice algo que jamás había hecho antes en una Plaza de Toros. Me quedé embobada escuchando la banda de música. Una delicia para mis oidos. Ese solo de Nerva. Aplaudí como una loca. Como si hubiera visto la faena mas redonda de toda mi vida.

Yo soy así. Me entusiasmo con esas pequeñas cosas. Eso me hace seguir soñando, seguir viviendo. Me hace seguir esperando que cualquier cosa en una Plaza de Toros, puede volver a hacerme emocionar.

Ayer tuve un día redondo, cargado de mucha sensibilidad. Espero repetir el año próximo. Volver a esa Plaza. Y compartirlo con mi amigo Iván, con quien fui ayer.