sábado, 19 de enero de 2013

La Monumental de Barcelona

Esta semana pasada viajé a Barcelona.

Fui una turista mas entre tantos y tantos que visitan esta bella ciudad mediterránea.

No era la primera vez que pisaba la ciudad condal.

Pero esta vez realicé un tour intensivo.

Me quedé fascinada con la Sagrada Familia, el Palau de la Música, la casa Batlló y toda la obra modernista de Gaudí.

Dí un agradable paseo por Las Ramblas y llegué al lugar donde murió mi abuelo en 1939.

Callejeé por el barrio del Born, el barrio Gótico y el Paseo de Gracia.

Divisé desde el privilegiado lugar del Tibidabo toda la ciudad iluminada y cené en Montjuic.

Con mucha tristeza, acudí a la Plaza de España y entré en el Centro Comercial Las Arenas.

Y por supuesto, estuve en la Monumental.


Desde la Calle Marina avisté a lo lejos el coso y pensé que me quedaría con verla por fuera.

Mi sorpresa fue cuando la vi abierta.

Es posible, previo pago de 6 euros, visitar el Museo Taurino y la Plaza de Toros.

Me dio mucha pena porque el Museo lo abrieron para mi y eran casi las 13 horas cuando acudí a ese lugar.

Ni un solo guía que explicara las estancias ni las anécdotas ni la historia de la Plaza.

Sentí rabia e impotencia mientras caminaba por el interior de la Plaza, fijàndome en todos los detalles.

Entré en el Museo y observé los pocos carteles, fotos, vestidos de torear y cabezas de toros que había.

Bajé por las escaleras y me dirigí al ruedo.

Entré lentamente mirando alrededor sintiendo la soledad del lugar.

Permanecí quieta observando el cielo, los tendidos, toriles, los palcos.

Y al abandonar aquel lugar, cogí un puñado de tierra y lo guardé en una bolsita.

Me hubiera encantado ver toros allí.

Pero de momento me quedo con haber pisado ese ruedo que tantos triunfos ha dado.

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