Casi ha finalizado la Feria de Julio y no he podido contarles mis sentimientos.
Se preguntarán porque la foto de arriba es un clavel.
Ayer, día de no hay billetes, fue el día del clavel por excelencia.
Los tendidos llenos a rebosar. La gente vestida impecablemente. Mucha expectación por ver el cartel mas rematado de la Feria.
Pero para mi, el verdadero día del clavel fue el día 20. Ese miércoles en el que tres modestos se enfrentaron a seis toros de la Quinta.
Ese día yo lucí en mi pelo un clavel para reivindicar el esfuerzo de estos toreros.
Y entre esos tres matadores, José Calvo.
Después de mas de un año sin vestirse de luces, por una inoportuna lesión y por una injusta exclusión de los carteles de Fallas, reaparecía en Valencia.
Con ese toreo despacito, con esa dulzura, con ese saber estar ante un toro de verdad.
Con ese toreo despacito, con esa dulzura, con ese saber estar ante un toro de verdad.
Y a ese lucero le cortó una oreja que paseó entre los aplausos de su gente.
Esa gente que a la salida de la Plaza le paraba al pasar. Esa gente que está a su lado. Y esa gente que denuncia las injusticias.
Jamás había presenciado una salida de una Plaza de Toros tan tarde.
Y el día 21. Ese jueves caluroso. Ese día de emociones encontradas.
El último día en el que mi torero Vicente Barrera pisaba el ruedo de su Plaza vestido con ese terno blanco y azabache que lució el día en el que se cumplía el décimo aniversario de su alternativa.
Ese vestido que quiso llevar el día que se despedía de su afición.
Para mi fue algo raro. Después de tantas tardes que lo esperaba al llegar a la Plaza para desearle suerte.
Aquella tarde era la última vez que le iba a desear suerte en su Plaza, que es la mía.
Esa gente que a la salida de la Plaza le paraba al pasar. Esa gente que está a su lado. Y esa gente que denuncia las injusticias.
Jamás había presenciado una salida de una Plaza de Toros tan tarde.
Y el día 21. Ese jueves caluroso. Ese día de emociones encontradas.
El último día en el que mi torero Vicente Barrera pisaba el ruedo de su Plaza vestido con ese terno blanco y azabache que lució el día en el que se cumplía el décimo aniversario de su alternativa.
Ese vestido que quiso llevar el día que se despedía de su afición.
Para mi fue algo raro. Después de tantas tardes que lo esperaba al llegar a la Plaza para desearle suerte.
Aquella tarde era la última vez que le iba a desear suerte en su Plaza, que es la mía.
Y esa tarde quedará por siempre en mi retina. Cuando desorejó al cuarto de la tarde. Cuando paseó esas dos orejas entre el cariño de la afición valenciana que le quiso reconocer su trayectoria.
No podía haber mejor forma que abrir la Puerta Grande de la Calle Játiva después de tantas veces que se abrió para que saliera el torero de la Calle Cronista Carreres.
Y para mi fue algo especial lanzarle un ramo de claveles rojos, el único que se le regaló esa tarde. El último.
Así como aquel sábado 20 de marzo de 1993. Aquel día que un joven licenciado en Derecho con vocación tardía, se presentaba en Valencia.
Aquel día que dejó tan buen sabor de boca a la gente que aquella mañana presenciamos aquella novillada.
Y aquella mañana también llevaba en mis manos un ramo de claveles rojos que le regalé. El primero.
Por eso, ninguno de los dos me defraudaron. Esperaba esos triunfos. Y ellos me los regalaron. Y me devolvieron la ilusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario