martes, 8 de noviembre de 2011

Hasta siempre


Hace muchos años, una tarde, mi abuela me dijo: Amparo, un nieto de Vicente Barrera es torero. Mi abuela, en su juventud, además de gallista fue barrerista.

Por aquellos entonces yo jamás había escuchado el nombre de Vicente Barrera Cambra, pero si el de su nieto.

Es mas, lo conocía. Era compañero del colegio, un curso mas mayor que yo. Y lo conocí caminando por la ciudad un viernes. Cuando ese día de la semana yo solía ir a casa de mi abuela a comer.

Cuando lo conocí no tenía en mente ser torero. Es mas, todavía no había pisado una Plaza de Toros.

El primer día que toreó en Valencia, aquella mañana del mes de marzo, recién terminadas las Fallas, lo recuerdo perfectamente. Recuerdo el lugar donde estaba sentada.

Aquella primera temporada de novillero, actuó varias veces en su Plaza. En la Feria de Julio y en varias novilladas que se celebraron durante la primavera.

Fue una carrera novilleril fulgurante, rápida y veloz.

Una carrera que se desarrolló en todas la Plazas de importancia. Pero la que mas marcó su carrera fue la de Sevilla. Cuando abrió la Puerta del Príncipe. Y además tuvo el honor de ser el primer valenciano que lo hizo.

La alternativa la tomó casi inmediatamente. Al año siguiente, en el mes de julio, el día de San Jaime. De manos del Faraón de Camas, con quien ya había compartido paseillo en una corrida mixta.

Y su carrera de matador comenzó aquel día. Tardes de triunfos. Graves cornadas. Lesiones inoportunas.

Yo siempre solía esperarle antes de entrar en la capilla. Le deseaba suerte.

Pero durante un par de años, aquello fue misión imposible. Pues era tal avalancha de gente que quería saludarle, que al final opté por no acercarme.

Pero un día de San José, en el Hotel Astoria, él me preguntó que si ya no iba a los toros, porque no me veía en la Plaza.

Yo le contesté que si. Que seguía yendo a verle. Pero que saludarle era complicado.

Desde aquel día, volví con mi ritual. Esperar a que llegara, desearle suerte, esperar su triunfo. Y al finalizar la corrida, volvía a esperarle. Siempre y cuando no abriera la Puerta Grande, que en Valencia fueron muchas tardes.

Recuerdo las veces que lo he visto torear en otras Plazas. En Xátiva, en Algemesí, en Puzol, en Vinaroz, en Castellón, en Minglanilla, en Chelva.

Recuerdo las veces que lo he visto cogido en la Plaza, en el Festival a favor del Montepío de Toreros y una tarde de mayo, en la festividad de la Virgen de los Desamparados.

No olvidaré aquella tarde del mes de julio, cuando se cumplió el décimo aniversario de su alternativa cuando la oreja que le cortó al último de la tarde, me la lanzó y tuve que devolver por el mal de las vacas locas.

Recuerdo las veces que visitó mi pueblo, asistiendo a los festejos que se organizaban, a la charla que dio o a las Cenas Aniversario de la Peña.

Yo siempre he presumido de ser barrerista. Y a mucha honra. Aunque a algunos le pese.

Son tantos lo momentos, las vivencias y las emociones de todos estos años, que se me hace muy difícil decir adiós.

Por eso prefiero decir: Hasta siempre.

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